No es sencillo para mí describir con palabras mi experiencia como voluntaria de este verano en Zambia. Ni mucho menos es sencillo plasmar en cuatro párrafos lo sentido en estos cuarenta días en el corazón.
Tres meses después de volver de África, y teniendo en cuenta que cada día que pasa mis sentimientos, vivencias y recuerdos se tambalean constantemente dentro de mí, sólo soy capaz de reconocer de forma muy clara que el CTM me ha regalado un reencuentro con Dios.
Echo la vista atrás y solo soy capaz de ver los ojos muy abiertos de una niña corriendo hacia mí para abrazarme, la sonrisa de un hombre que sueña con continuar el legado de Marcelino Champagnat desde la potencia fortísima que nace en la sencillez, y las manos que trabajan sin descanso de una mujer que ha sufrido las consecuencias de una vida sin recursos, de la pérdida de seres queridos y de la lucha por cumplir sus sueños.
Y es en cada una de estas imágenes, donde me reencuentro, donde soy capaz de entender el sentido profundo que tiene La Vida.
Para mí, ser voluntaria no significa ayudar, hacer, arreglar, ni mucho menos salvar. De hecho, todas estas palabras las miro con algo de rechazo. Desde mi punto de vista, el voluntario está, acompaña, sostiene, observa, aprende, ampara, vive al servicio y se convierte en un puente entre las necesidades de la comunidad y lo que el corazón te permite ofrecer, generando un impacto que va más allá de la acción inmediata, transformando tanto a quienes reciben como a quienes ofrecen su tiempo.
Seamos puentes entre corazones. Feliz día Internacional del Voluntariado.
Claudia González Fernández